«La llenura del Espíritu trae al pueblo de Dios un conocimiento más profundo de Cristo, un mayor deseo de santidad, un compromiso más fuerte con la unidad y el amor, una mayor eficacia en el ministerio, y una gratitud más profunda por nuestra salvación».
En los últimos 18 meses, el término «desinformación» ha crecido en popularidad. Este término se ha aplicado a cuestiones políticas y sociales para formar ciertas narrativas sociales. Sin embargo, no importa cómo veamos los temas culturales, es importante que, como creyentes, no estemos desinformados sobre la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas y cuál debe ser el efecto de estar llenos del Espíritu.
El apóstol Pablo deseaba que la iglesia de Corinto no procediera basándose en la ignorancia respecto al uso de los dones espirituales (1 Cor. 12:1). Así que, del mismo modo, podemos estar seguros que Dios no quiere que seamos ignorantes sobre el ministerio del Espíritu Santo mientras nos llena.
Desafortunadamente, abunda la desinformación sobre la obra del Espíritu. En las últimas décadas, puntos de vista extremos, énfasis no bíblicos y prácticas extrañas con respecto al Espíritu y sus dones han afectado a muchos cristianos.
Agradezco a Dios que la Declaración de Fe de Gracia Soberana presente la persona del Espíritu Santo con tanta claridad y certeza. Presenta fielmente la amplia obra de la tercera persona de la Trinidad, y nos muestra el efecto que debe tener en los creyentes el ser llenos del Espíritu.
«La llenura del Espíritu trae al pueblo de Dios un conocimiento más profundo de Cristo, un mayor deseo de santidad, un compromiso más fuerte con la unidad y el amor, una mayor eficacia en el ministerio y una gratitud más profunda por nuestra salvación». (Declaración de Fe, «El ministerio del poder del Espíritu») Estos cinco frutos proporcionan un poderoso incentivo para buscar la llenura del Espíritu e invitar con entusiasmo a su obra entre nosotros.
«Un conocimiento más profundo de Cristo»
El papel principal del Espíritu Santo es mostrarnos a Cristo.
La función principal del Espíritu Santo es mostrarnos a Cristo. Jesús dice que, cuando venga el Espíritu, «dará testimonio acerca de mí» (Juan 15:26) y «Él me glorificará» (Juan 16:14).
El glorioso plan de redención de Dios es iniciado por el Padre, ejecutado por el Hijo y revelado por el Espíritu Santo. La gran obra del Espíritu es que descubramos al Hijo de Dios crucificado y resucitado como Salvador del mundo. El Espíritu nos fortalece con poder para conocer y experimentar el amor que Cristo tiene por nosotros (Ef. 3:16-19).
Si creemos que todas las Escrituras son sobre Cristo (Lucas 24:44-47; Rom. 1:1-3) y que los autores humanos de las Escrituras fueron llevados por el Espíritu Santo (2 Ped. 1:21), entonces una gran parte del ministerio del Espíritu debe ser mostrarnos a Cristo. Jesús declaró ser la verdad y enseñó que el Espíritu Santo sería enviado para conducir a las personas a la verdad o al conocimiento de sí mismo.
No hay nada más importante que el Espíritu Santo pueda hacer. Podemos afirmar con certeza que todas las demás funciones y actividades del Espíritu Santo están subordinadas a la profundización de nuestro conocimiento de Cristo. No quisiera reducir el ministerio del Espíritu Santo exclusivamente al de faro que señala a Cristo, ya que el Espíritu Santo realiza muchas otras funciones además de revelar a Cristo. Pero esta es su mayor obra. Un supuesto ministerio del Espíritu Santo que no exalte a Cristo y lo revele como glorioso no es una obra del Espíritu.
«Un mayor deseo de santidad»
Cuando el Espíritu nos llena, nos da una mayor pasión por el crecimiento espiritual. No es una fuerza impersonal que existe para darnos experiencias místicas agradables. Por el contrario, es un protagonista personal y divino en la obra de la redención, que incluye nuestra santificación. El objetivo de la llenura del Espíritu no es principalmente emocional; es transformador.
Por el Espíritu, vemos a Cristo y somos transformados a Su imagen (2 Cor. 3:18), y por el Espíritu, hacemos morir las obras de la carne (Rom. 8:13). Su plenitud en nuestras vidas se manifiesta en el amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gál. 5:22-23).
El poder del Espíritu Santo que levantó a Cristo de la tumba es el inmenso poder que nos levantó de nuestra muerte espiritual. Es increíble pensar que, para salir de nuestro estado de muerte espiritual, necesitamos el mismo poder que resucitó a Cristo de entre los muertos. Este poder sobrenatural no es simplemente una cosa del pasado porque el Dador de ese poder ahora mora en nosotros.
Dondequiera que haya un deseo de aumentar la santidad en nuestras vidas o una tristeza que se agrava porque no estamos más avanzados, podemos estar seguros de que es obra del Espíritu. Él nos da el deseo de santidad, dándonos el poder de ser cambiados.
«Un mayor compromiso con la unidad y el amor»
El Libro de los Hechos muestra el imparable evangelio de Cristo siendo predicado y salvando a multitudes de personas en todo el Imperio romano a través de la obra del Espíritu Santo. Al salvar a personas de diferentes nacionalidades, orígenes y posiciones sociales, el Espíritu Santo las lleva a la unidad del cuerpo de Cristo.
Es glorioso ver en el libro de los Hechos el poder del Espíritu para salvar y su poder para mantener a personas tan diversas y diferentes en el mismo cuerpo. A menudo pasamos por alto la demostración de poder en la unidad de la iglesia primitiva. Cuando los hombres y las mujeres estaban llenos del Espíritu, satisfacían generosamente las necesidades de los demás, oraban y partían el pan juntos, y tenían un solo corazón y una sola alma.
Los que están llenos del Espíritu son siempre los que se comprometen a caminar «con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef. 4:2-3). La obra del Espíritu nunca está aislada en la experiencia individual, sino que siempre se desborda para unir al pueblo de Dios en el amor de Cristo.
«Una mayor eficacia en el ministerio»
Fue beneficioso que Cristo partiera y que comenzara la era del Espíritu. Una de las principales razones es que el Espíritu de Cristo habita en nosotros, haciéndonos dar fruto y haciéndonos fructíferos en el ministerio. El centro de la actividad de Dios ya no está en Jerusalén porque los creyentes de todo el mundo están llenos de la presencia de Dios a través del Espíritu que mora en nosotros.
Un pueblo lleno del Espíritu experimenta una gran plenitud en el ministerio y la misión.
En el Antiguo Testamento, vemos momentos en los que el Espíritu llena a ciertas personas para tareas específicas. Pero ahora, todos podemos ser llenos del Espíritu para servir eficazmente a la iglesia. A cada uno se le ha dado un don, facultado por el Espíritu para la edificación de otros. Como continuistas, creemos que Dios ha dado dones a todos los creyentes que son potenciados por el Espíritu y utilizados para la edificación de la iglesia.
Un pueblo lleno del Espíritu experimenta una gran plenitud en el ministerio y la misión. Cuando el Espíritu está obrando, podemos esperar ver un servicio gozoso, una predicación poderosa, un evangelismo audaz, un liderazgo sabio, una ofrenda generosa, y más.
«Una gratitud más profunda por nuestra salvación»
La presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas es una garantía en nosotros de que pertenecemos a Dios. Efesios 1:13-14 dice que cuando recibimos el evangelio y creímos en Cristo, «fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria».
Esta afirmación está repleta de riquezas que inducen a la gratitud. El Espíritu no sólo abre nuestros corazones para responder al evangelio, sino que se convierte en nosotros en un sello, la marca misma de la propiedad de Dios. Además, Dios nos da el Espíritu como garantía, la primera entrega de todo lo que el Espíritu hará en y por nosotros. La aplicación de la obra gloriosa de Cristo a nuestras vidas es la obra del Espíritu desde el principio hasta el final.
Por tanto, la presencia del Espíritu en nosotros debería darnos una gratitud abrumadora por el don de la salvación. Un pueblo lleno del Espíritu es el que da «gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (Col. 1:13-14).
Un pueblo lleno del Espíritu
Nosotros, que somos pecadores, hemos sido perdonados de nuestros muchos pecados y comprados con la preciosa sangre de Jesucristo. Ahora pertenecemos a Dios y al reino de su Hijo. Compartimos la herencia celestial y un día veremos a nuestro Salvador cara a cara. Es el Espíritu Santo quien obra todo esto en nuestras vidas, llevándonos cada vez más profundamente a una vida de gratitud y seguridad.
¡Qué cosas tan gloriosas hace el Espíritu en la vida del pueblo de Dios! Que esta conciencia nos impulse a todos a buscar continuamente ser llenos del Espíritu, para que Cristo sea más glorioso a nuestros ojos y su carácter se muestre más ricamente en nuestras vidas.